Los alimentos y semillas modificados genéticamente generan críticas, sobre todo en Europa y Asia. En cambio, América del Norte y del Sur llevan mucho tiempo apostando por la ingeniería genética en la agricultura. Los científicos coinciden en que esta tecnología puede aumentar el rendimiento agrícola y contribuir a la protección del medio ambiente, por ejemplo, con variedades tolerantes a plagas o a la sequía. Sin embargo, la autorización de nuevos cultivos modificados genéticamente es lenta y costosa, lo que deja el mercado en manos de grandes corporaciones, que a menudo están en el punto de mira de grupos ecologistas como Greenpeace.