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Opinión: Alemania, entre manifestaciones y plexiglás

10 de junio de 2020

Los alemanes añoran la “normalidad” de los tiempos previos al coronavirus. Así lo demuestran las encuestas. Pero esa normalidad hace tiempo que dejó de existir, a juicio de Jens Thurau.

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Control policial en la estación subterránea de Alexander Platz, el centro de Berlín
Control policial en la estación subterránea de Alexander Platz, el centro de BerlínImagen: picture-alliance/dpa/C. Soeder

Hace unas semanas, en el metro de Berlín no había casi nadie. Ahora, todos llevan mascarillas, pero ni hablar de distancia social. El vagón está ocupado a un 60 por ciento de su capacidad, según mis cálculos. Camino desde la estación a la sede de DW. Veo muchas bicicletas, muchos peatones, muchas mascarillas. Llego a la redacción y encuentro otro mundo: muchas planchas de acrílico, desinfectantes, mascarillas. Las personas mantienen distancia entre sí. La mayoría de los colegas sigue trabajando desde casa.

Los equipos de la Bundesliga juegan en estadios vacíos, muchos niños no van a clases, pero las manifestaciones vuelven a estar permitidas. Aquellos que salen a las calles para protestar contra las restricciones impuestas debido a la pandemia de coronavirus reciben muchas críticas, y con justa razón.

Merkel en la cancillería

Aplausos reciben en cambio los que protestan contra el racismo en Estados Unidos y en Alemania. Unas 15 mil personas lo hicieron el fin de semana en la Alexanderplatz, en Berlín. La exhortación del portavoz del Gobierno sonó casi como una súplica desvalida: alzarse contra el racismo es digno de elogio, pero "debería ser factible que también en esas manifestaciones se utilicen mascarillas y se mantenga la distancia mínima de 1,5 metros” entre las personas.

Evidentemente no es así. Es notable que la canciller, que pareció tan decidida al comienzo de la pandemia, haya entregado entretanto las riendas a los estados federados. En vista de las relativamente bajas tasas de contagio, Merkel no tenía mayores posibilidades de llevar adelante su política más bien severa con respecto al coronavirus, si no quería verse abiertamente sobrepasada por los gobernantes de los Länder. Porque es allí donde radica el poder para actuar. Angela Merkel sabía que su peso de canciller solo podría evitar por un tiempo que se manifestara este mosaico político, pero no impedirlo. Desde entonces, se encuentra donde estaba antes de su memorable discurso a la ciudadanía: agazapada en la cancillería.

Y así, avanzamos a tientas, cautelosamente, por el túnel del coronavirus, en cuyo final ya se puede vislumbrar mucha luz. Pero no nos fiamos demasiado de la calma: los bares y restaurantes no son tan frecuentados como se esperaba. Quizá la cerveza no sepa tan bien entre planchas de plexiglás. Pero de pronto aparecen también otros temas en la prensa, sobre todo el de los disturbios en Estados Unidos.

Más inquietud por las secuelas de la pandemia

La percepción de la pandemia se centra ahora más en los daños colaterales: en la economía, en las familias, las escuelas, los jardines infantiles. Los temidos escenarios terroríficos en los hospitales no se materializaron, aunque también en Alemania han muerto casi 9.000 personas. Un gigantesco paquete de ayuda económica derrama dinero sobre la población. Sorprendentemente alto es el número de personas que en las encuestas dicen no temer ya un contagio. Los virólogos se esfuerzan visiblemente por lograr que se escuchen sus advertencias sobre una posible segunda ola.

Thurau Jens, de DW
Thurau Jens, de DW

¿Quién sabe, en realidad, cuánta gente se puede reunir en la actualidad? La respuesta es: hasta 10 personas, de dos hogares diferentes. Esa es la regla vigente hasta el 29 de junio. Pero da la impresión de que, entretanto, cada cual decide por su cuenta.

Nostalgia de normalidad

El examen de qué tan bien hemos atravesado realmente la pandemia, todavía está por delante. Aún no están a la vista todos los daños, en la economía, en las familias y en la sensación de seguridad de la gente. Hasta ahora solo tenemos la certeza de haberlo hecho, al parecer, mejor que muchos otros países; o quizás solo hayamos tenido suerte. Eso ya es mucho, pero lleva a que Alemania pase ahora quizá demasiado rápido a los asuntos cotidianos. Y, sobre todo, mucha gente abandona la línea mancomunada.

Hay una añoranza de la normalidad previa a la crisis del coronavirus. Eso se percibe claramente en los resultados que obtiene la coalición de gobierno en las encuestas. Para muchos, podría prolongarse algo más la situación de los últimos 15 años, en que se confiaba en que "mamá Merkel” hará lo adecuado. Pero la "normalidad” previa a la pandemia hace tiempo que ha dejado de existir.

(er/jov)

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