Las cárceles, un negocio lucrativo tras las rejas
11 de septiembre de 2025Los gobiernos de todo el mundo gastan cientos de miles de millones de dólares anualmente para mantener a más de 11,5 millones de personas detrás de las rejas, en su mayoría hombres. El costo global exacto no está claro, pero solo en Estados Unidos -el país con la mayor población carcelaria del planeta- el presupuesto penitenciario es de 80 700 millones de dólares (69 100 millones de euros) al año, frente a los 4000 millones de dólares de Brasil. India, con la cuarta población carcelaria más grande, gasta casi 1000 millones de dólares.
En muchos países, las empresas privadas también se benefician del sistema penitenciario, ocupándose desde la construcción de celdas hasta la venta de llamadas telefónicas. Las organizaciones criminales operan imperios del contrabando y la extorsión dentro de las cárceles. Mientras, los reclusos luchan por sobrevivir en una economía sumergida donde los fideos son su moneda corriente, ganando un trabajo que a menudo les genera solo unos pocos centavos por hora.
Además de las bajas tasas de rehabilitación, los gobiernos tampoco logran contener otra crisis creciente: el hacinamiento carcelario. Penal Reform International, una organización no gubernamental que aboga por sistemas de justicia penal justos en todo el mundo, informa que 155 países luchan contra el hacinamiento en las prisiones, y once países han duplicado con creces su capacidad. Los centros penitenciarios en el Congo, Camboya y Filipinas operan al 300 por ciento o incluso al 600 por ciento de su capacidad.
Hacinamiento y violencia
El sector privado ha estado incursionando en la gestión penitenciaria desde la década de 1980, y Estados Unidos, Reino Unido, México y Brasil son los países que subcontratan más operaciones y servicios de empresas con fines de lucro. La mayoría de los países europeos, asiáticos y africanos hasta ahora se han resistido a la privatización, y algunos enfatizan la importancia de la rendición de cuentas pública.
El Gobierno estadounidense gasta más de 3900 millones de dólares al año en prisiones privadas, cuyos operadores obtienen miles de millones más de ingresos gracias a otros servicios, como la alimentación, la atención médica y las telecomunicaciones para los reos. Estos servicios básicos para las prisiones estadounidenses, conocidos como economato, tienen un sobreprecio de hasta un 600 por ciento, mientras que las llamadas telefónicas pueden costar a las familias hasta 16 dólares por tan solo 15 minutos.
Mientras las prisiones indias son totalmente estatales, el sistema brasileño de pago por preso es criticado por ser perverso, ya que incentiva a operadores privados, como Umanizzare, a maximizar el número de reclusos en lugar de rehabilitarlos, lo que genera hacinamiento carcelario y violencia.
Esto se observó en múltiples motines carcelarios en toda América Latina, incluido el de 2017, que mató a casi 60 personas en una prisión abarrotada en Manaus, la capital del estado de Amazonas, en Brasil. La instalación le costaba al gobierno el doble del precio promedio nacional por preso.
El crimen organizado prospera detrás de los muros de las prisiones
Más allá de la burocracia, una economía más oscura prospera tras las rejas. Las bandas del crimen organizado están profundamente incrustadas en el sistema penitenciario. Estos grupos controlan el tráfico de drogas, la extorsión y la violencia tanto dentro como puertas afuera.
El contrabando de drogas, teléfonos y armas a las cárceles es una fuente importante de ingresos. La banda brasileña Primeiro Comando da Capital (PCC), vende drogas a un valor entre 10 y 20 veces más alto que en la calle, y teléfonos inteligentes por un precio de hasta 1500 dólares en el interior, ganando millones cada año.
Las pandillas a veces administran las cárceles mejor que el Estado. Benjamin Lessing, profesor asociado de Ciencias Políticas en la Universidad de Chicago, dijo a DW que cuando el Gobierno brasileño intentó tomar medidas enérgicas contra las pandillas, eso condujo a tasas de encarcelamiento más altas y a la construcción de más cárceles. Irónicamente, esas nuevas cárceles también quedaron bajo el control de las pandillas.
"En Brasil, las pandillas no comenzaron como familias mafiosas o carteles de la droga", explicó Lessing. "Comenzaron como respuesta a las brutales condiciones en las cárceles. Su verdadera innovación fue imponer un orden social básico prohibiendo la violación, el robo y la extorsión en prisión, al tiempo que racionalizaban la violencia".
Pero no todas las pandillas tienen objetivos tan nobles. En El Salvador, la MS-13 maneja operaciones de extorsión desde las cárceles, exigiendo pagos mensuales de comerciantes, vendedores callejeros y choferes de taxi.
En EE. UU., muchas bandas criminales operan con criterios racistas, como la Hermandad Aria, una organización supremacista blanca que se beneficia del narcotráfico y de estafas relacionadas con el suministro de alimentos a las prisiones. Estos esquemas a menudo implican la inflación de precios, el control de las compras de los reclusos o el lavado de dinero a través de las cuentas bancarias de los presos.
Mientras tanto, el submundo carcelario de la India también está moldeado por poderosas redes criminales. En la cárcel de Tihar, en Nueva Delhi, proliferan la extorsión, los asesinatos por encargo y el narcotráfico. En el oeste de Gujarat, la cárcel central de Sabarmati se ha convertido en un centro de actividad criminal transnacional, que incluye el contrabando de narcóticos y el blanqueo de capitales.
Sistema de pago doble y círculos viciosos de violencia y venganza
En prisiones superpobladas, los presos se mueven, por necesidad, dentro de un mercado informal donde los fideos instantáneos, el jabón y los cigarrillos se convierten en moneda corriente en un sistema donde la supervivencia a menudo depende del comercio.
Allí se aplica la regla de "toma uno y paga dos", o a veces, tres, una forma de crédito de altos intereses para los artículos básicos y el contrabando, que puede atrapar rápidamente a los prisioneros en círculos viciosos de deudas y represalias violentas.
Los reclusos sin recursos familiares ni externos a menudo venden drogas a otros prisioneros solo para cubrir sus necesidades más elementales. Actúan como mensajeros, cuidadores o vigías a cambio de protección, comida o una parte de las ganancias. A veces, obligan a los familiares a esconder teléfonos o drogas en cavidades corporales durante las visitas a la prisión, o a pagar las deudas de los reclusos. Tras salir de la cárcel, tienen contactos con la pandilla que pueden ayudarlo a iniciar un negocio de venta de drogas u otra actividad delictiva.
"De esta manera, los presos devuelven el poder de las pandillas a las calles", dijo Lessing a DW.
(cp/dzc)