La hora del deshielo
24 de septiembre de 2003Más de un año duró la "era del hielo" entre Estados Unidos y Alemania. Poco, si se piensa en términos históricos o geológicos; demasiado desde el punto de vista político, tratándose de la máxima potencia mundial y de uno de sus más fieles aliados de las últimas décadas. Para los gobernantes de ambos países estaba claro que había llegado el momento de fumar la pipa de la paz y hacer hincapié en los valores e intereses comunes que, sin duda, no escasean. Tras los disgustos derivados de la guerra contra Irak, se impuso la sensatez.
¿Borrón y cuenta nueva?
En su primera reunión formal en casi año y medio, George Bush y Gerhard Schröder dejaron atrás las "numerosos diferencias" de los últimos tiempos, decididos a proclamar su voluntad de cooperación de ahora en adelante. Para ello hay terreno de sobra. Por ejemplo, está el caso de Afganistán, donde el ejército alemán ha tenido amplia participación en los esfuerzos por restablecer la seguridad. Igualmente hay amplia coincidencia en lo tocante al Medio Oriente y a la falta de alternativas a la "hoja de ruta" trazada para lograr la paz.
En lo que respecta a Irak, en cambio, las divergencias persisten, aunque se intente bajarles el perfil. Schröder reiteró el ofrecimiento de contribuir a la capacitación de fuerzas de seguridad en ese país. Pero reconoció que "de seguro aún hay apreciaciones distintas" en cuanto a las negociaciones para formular una nueva resolución en el Consejo de Seguridad de la ONU. No obstante, se mostró confiado en que se lograrán acuerdos para fijar un plazo al restablecimiento de la soberanía iraquí, que tanto Alemania como Francia desean acelerar lo más posible.
Amistad descariñada
Pese a la reconciliación formal, no es probable que Schröder y Bush lleguen a convertirse en amigos del alma. Por una parte, el presidente estadounidense tiene buena memoria y se dice que no perdona fácilmente afrentas políticas como la que le propinó el canciller alemán al negarse a secundar sus planes bélicos. Que no le haya pasado una cuenta mayor obedece, probablemente, a la necesidad de congraciarse con el resto del mundo para conseguir el apoyo que necesita para estabilizar a Irak. El gobernante germano, por su parte, no puede darse el lujo de observar impasible el deterioro de sus vínculos transatlánticos, cruciales no sólo en lo político, sino también en el plano económico.
Las paces selladas ahora en Nueva York son un acto de conveniencia. La conversación de los gobernantes duró sólo 40 minutos y al término nadie extendió nuevas invitaciones. Pero, de todos modos, se ha producido definitivamente el deshielo que Berlín esperaba con ansiedad. Habrá que ver que la consiguiente marea no arrase con los principios que llevaron al gobierno alemán a contradecir a Washington en el caso de la invasión de Irak, como aquel que induce a rechazar las guerras preventivas, no amparadas en el derecho internacional.