Nido de botellas
28 de enero de 2011Había una vez un hombre que, por querer llevar unos céntimos extras a casa, decidió comenzar a escarbar en las papeleras urbanas para recoger botellas vacías. Botellas que, en Alemania, podría llevar luego al supermercado para reciclarlas, recibiendo por cada una un importe de 18, o incluso 25 céntimos. Y este hombre llevó a cabo así un servicio útil y necesario: el de contribuir al medio ambiente y a la limpieza de las calles alemanas, al tiempo que recibía una compensación por sus esfuerzos.
Este es el cuento de los botelleros, una historia que ha sido contada repetidamente por muchos narradores. Pero hay quien ve la historia desde otro punto de vista, narradores que optan por un relato más cercano a la realidad: el de personas que, lejos de recoger botellas por vocación, se ven obligadas a ello para subsistir, que se sienten marginadas por una sociedad que las observa con intolerancia y desdén, y que corren el riesgo de sufrir heridas físicas y psicológicas a causa de ello. Unos narradores que quieren devolver a estas personas una dignidad cada día más olvidada.
Diego Maximiliano Gardón, natural de Argentina, y Daniel Nunez Adinolfi, de Uruguay, son dos de los fundadores del grupo de diseñadores DNNA, artistas que han puesto sus talentos al servicio del bienestar social, y narradores de esta historia con final alternativo.
Un nido para las botellas
Su proyecto se denomina Flachennest, “nido de botellas”, y si bien en él no se posa ningún ave para cuidar de su progenie, bien se podría comparar con un nido de cuco, en el que el pájaro deja su huevo para que otro se ocupe de él: un contenedor público de botellas donde éstas se dejan al alcance de la mano en espera del primer botellero que acuda a su recogida. Fácil, seguro, y muy bonito; no en balde ganó el primer premio en el certamen de diseño Halbtagsjob 2010 Schwarze Dose 28, además del premio especial por su aporte social.
En forma de botella boca abajo cortada por la mitad en sentido vertical, el contenedor es metálico, de unos 10 centímetros de grosor, iluminado en uno de sus laterales y con un original y colorido dibujo en ambas superficies principales, salpicadas de orificios de plexiglás para depositar botellas. Diseñados para con un fin práctico, pero sin olvidar lo estético: una creación original y atractiva que también busca llamar la atención. “La idea es que la gente deje de tirar las botellas en las papeleras y las deposite, a cambio, en estos contenedores”, explica el arquitecto Daniel Nunez, “para que luego los botelleros las recojan y las cambien por dinero como lo hacen actualmente. Se podría entender, además, como una ‘donación’: yo dejo una botella y sé que alguien va a cogerla y va a ganar unos céntimos. El contenedor debería ser una motivación y una llamada de atención sobre este problema.”
Los preparativos
El Flaschennest no ha sido el producto de una inspiración de una noche: ha conllevado meses de investigación. La mera idea de su objetivo ya les mereció a DNNA el premio Schwarze Dose el pasado agosto, lo que supuso un buen apoyo económico y moral para llevar a cabo el proyecto real. El estudio previo comenzó en septiembre. En primer lugar, los diseñadores realizaron encuestas en lugares públicos a gente susceptible de tirar botellas en papeleras sobre lo que supondría la introducción de un contenedor exclusivo para ello. Asimismo, recabaron información y artículos relacionados con los botelleros en la prensa e iniciativas parecidas a la suya organizadas anteriormente. Y, por supuesto, realizaron entrevistas a los propios botelleros para obtener testimonios de primera mano. Nunez recuerda: “En una entrevista que le hicimos a un señor de unos 60 años, nos contó cómo su vecindario, sus amigos y su familia reaccionó ante su nueva forma de vida: cerrándole las puertas.”
En segundo lugar, teniendo en cuenta un análisis de los datos recabados en la primera fase del estudio, se realizó el diseño del contenedor: un elemento dinámico que se pueda colocar fácilmente en lugares transitados para facilitar su utilización, de metal y con luz que podría alimentarse de la electricidad urbana o, de forma ideal, con paneles solares adjuntos en los contenedores. La última fase, todavía en desarrollo, es el presupuesto: un tema que el día de hoy es de los pocos obstáculos para su implantación en las calles de Colonia. Aunque quizás no por mucho tiempo: “Al alcalde de Colonia le gustó mucho la idea y nos puso en contacto con la empresa de recogida de residuos AWB, quienes nos han hecho algunas propuestas que discutiremos en febrero. También el Ordnungsamt, la Oficina del Orden Público, nos han llamado para que les enviemos material a su oficina de prensa”, cuenta Nunez.
Una situación a afrontar
Diego Gardón proviene de Buenos Aires, y Daniel Nunez, de Montevideo. Y ambos coinciden en que, aunque este fenómeno es parte del día a día en sus respectivos países natales, resulta cuanto menos sorprendente que también ocurra en Alemania, una de las mayores potencias del mundo. “En Argentina yo recuerdo ver botelleros desde niño”, cuenta Diego Gardón. “Solían pasar recoger vidrio con un carro y lo cambiaban por dinero en fábricas de reciclaje. Pero a partir del 2001, con la crisis, comenzó el fenómeno de los cartoneros: grupos organizados de gente que recorrían la ciudad por las noches y se llevaban toda la basura, todo lo que se pudiera cambiar: vidrio, metal...”. Según Gardón, este fenómeno ayudó a concienciar a la población argentina a separar sus basuras para evitar accidentes, e incluso el Gobierno facilitó la labor de estos cartoneros estableciendo una línea de tren para ellos.
Tanto del caso de los cartoneros argentinos como del de los botelleros alemanes se deduce una clara conclusión: se ha convertido en un oficio para mucha gente. Un trabajo sin jefes ni ataduras, pero también sin seguridad ni gloria. Es en esto último en lo que Gardón y Nunez quieren aportar su granito de arena. “Se trata de evitar que una persona meta la mano en la basura con todo lo que eso conlleva”, explica Nunez. “El fenómeno no va a desaparecer mientras haya una necesidad y se siga dando dinero por reciclar botellas. Pero la caridad empieza por casa: uno puede tener pensamientos filosóficos sobre cambiar el mundo, pero hay que actuar con lo que tenemos a nuestro alcance. Si todos hiciéramos un poco más por lo que tenemos cerca, las cosas serían diferentes.”
Autora: Lydia Aranda Barandiain
Editora: Emilia Rojas-Sasse