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El nuevo rostro de los liberales

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El Partido Liberal-Demócrata alemán (FDP) se ha recuperado de su agonía de la década pasada. Con una nueva imagen e incluso un candidato propio a la cancillería, intenta convertirse en una opción política masiva.

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Guido Westerwelle, jefe de los liberales alemanes, en campaña.Imagen: AP

Los liberales formaron parte del gobierno germano federal durante casi 29 años, sin interrupción, ya sea junto a los socialdemócratas o a los demócratacristianos. Hasta que la actual coalición socialdemócrata-verde los desplazó del poder. Un duro golpe para un partido acostumbrado a ser aliado indispensable para configurar mayorías en el parlamento. Pero estos años en la oposición no lo han relegado a la insignificancia. Por el contrario. El FDP ha logrado revertir la seguidilla de derrotas electorales de los años 90 y empinarse incluso claramente sobre el 10% de la votación en los últimos comicios del estado de Sajonia-Anhalt, en el Este del país.

¿La receta? Una nueva imagen y un replanteamiento: atrás quedaron los tiempos en que los liberales se definían como el partido de "los mejor remunerados". Ahora aspiran a representar los intereses de un amplio segmento de la población, abarcando desde trabajadores hasta empresarios. Su objetivo declarado: conquistar un 18% de los votos en los comicios generales de septiembre. Lo que hace algunos meses parecía sólo una utopía, ahora cobra ribetes verosímiles, al menos para los liberales, presas de un entusiasmo sin precedentes. Tanto es así que han resuelto nominar su propio candidato a la cancillería federal: Guido Westerwelle.

El estilo Westerwelle

Un 18%, ciertamente, no bastaría para encabezar el futuro gobierno y designar al canciller. Lo saben los liberales y también su joven líder. ¿Qué sentido tiene entonces la candidatura a canciller, condenada a priori al fracaso? ¿Se trata de un mero gag? Westerwelle y los suyos la consideran un símbolo. Representa también un intento por estar presente en la campaña a la misma altura que los contendores con opción a la jefatura de gobierno: el actual canciller, Gerhard Schöder, y su retador bávaro, Edmund Stoiber. Y resulta congruente con la nueva estrategia liberal, basada en una campaña de imagen. En el marco de la misma, Westerwelle se ha lanzado a recorrer el país en un vehículo rápidamente bautizado como el "Guido-móvil" y con la meta del 18% grabada en la suela de los zapatos.

Es un estilo difícil de conciliar con la imagen de las grandes figuras tradicionales del liberalismo alemán, como Hans Dierich Genscher, durante largos años ministro de Relaciones Exteriores. Pero en vista de los buenos resultados, la antigua plana mayor acepta el cambio, no sin subrayar que no deben perderse de vista los contenidos políticos. Las críticas llueven en cambio desde otros partidos, por esta forma efectista de hacer campaña. Por ejemplo, un dirigente de la socialdemocracia habló de una "candidatura a canciller de Fantasilandia". Westerwelle se defiende remitiéndose a su juventud. Enfatiza que con 40 años de edad, no tiene necesidad de hacer una campaña como los mayores. Asegura que su programa es serio y que es posible luchar por llevarlo a cabo de una forma "entretenida".

Más allá de la diversión

El entusiasmo, casi temerario, de los liberales, se refleja también en el punto clave del programa que aprobó el partido en su congreso de Mannheim. Éste propone una reforma tributaria radical acorde a la clásica receta liberal, según la cual no hay mejor incentivo al empleo que la rebaja de impuestos. De acuerdo a lo planteado, habría sólo tres tramos impositivos, de 15%, 25%, y 35%. Un esquema atractivo, que provocaría sin embargo grandes problemas al presupuesto fiscal. El FDP no ha presentado fórmulas concretas para financiar el modelo e incluso sus propios dirigentes reconocen que no sería factible su aplicación a corto plazo.

Pero el liberalismo necesita ideas atractivas. Más allá de la coyuntura específica alemana, los liberales se han visto despojados de sus temas más propios. Hoy en día, ni los socialistas ponen en duda las virtudes del libre mercado y la idea de reducir el volumen del aparato estatal está presente en buena parte del espectro político.

Si el liberalismo se reduce a su vertiente económica, poco tendrá que añadir a los hechos consumados. El liberalismo político, entendido como defensa de las libertades ciudadanas, sí podría hacer un aporte convincente, en tiempos en que el temor a la violencia de todo tipo induce a buscar amparo en medidas restrictivas internas. Pero actualmente los liberales no parecen dispuestos a aventurarse demasiado en ese terreno.

En consecuencia, es probable que la campaña del FDP siga apostando básicamente por una imagen: la de juventud y dinamismo que transmite su candidato a canciller.