Tiene la vista puesta en el asfalto, pero su mente está muy lejos. Frank, de 48 años, es un cubano que ahora barre las calles de Tapachula.
Varado en México tras la cancelación de las citas de la aplicación CBP One, con la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, el migrante ha logrado un empleo limpiando y pintando espacios públicos, en los que también recolecta la basura. No sabe cuánto tiempo estará en esa situación ni si podrá reunirse con su hermano en Miami pero, al menos, cuenta con una certeza, la de que "regresar a la isla no es una posibilidad"
Hace unos diez años, la vida de Frank era como la de tantos de sus compatriotas que se dedicaban a la venta de productos en el mercado informal. Eran tiempos en los que parecía que el país iba a lograr salir del atolladero económico y en su poblado de Alquízar, provincia de Artemisa, su familia comerciaba con queso, leche y carne de cerdo. No se le pasaba por la cabeza emigrar y era incapaz de ubicar en un mapa el estado mexicano de Chiapas. Ofrecer sus mercancías y reparar la vieja casa heredada de los abuelos eran sus mayores sueños. Pero todo cambió.
En noviembre pasado, el huracán Rafael destrozó el poblado donde Frank nació y vivió la mayor parte de su vida. La familia hizo de tripas corazón, remató lo poco que había quedado en pie y costeó un único boleto en avión para el que tenía más oportunidades de abrirse camino fuera de Cuba.
El avión en el que voló a Managua iba lleno de pasajeros como él, la mayoría hombres jóvenes que llevaban solo una pequeña mochila con sus pertenencias. Después siguió la ruta por Centroamérica, pagando a los coyotes y sorprendido ante cada novedad. Un mercado con varios tipos de panes o con todas las lámparas encendidas lo hacía levantar las cejas lleno de asombro.
Ahora, con un permiso que le ha entregado la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados, Frank trata de sobrevivir con un empleo que apenas le permite pagar un cuarto que comparte con otros migrantes. No obstante, no se plantea el retorno a Cuba.
¿Por qué se niega a regresar a Alquízar si en Tapachula vive entre la precariedad material y el riesgo de la violencia de los cárteles? La respuesta a esa pregunta pasa por explicar la importancia de la esperanza. A este lado de la frontera sur de Estados Unidos, el artemiseño mantiene viva la ilusión de poder llegar un día hasta Florida o de asentarse definitivamente en México.
La falta de expectativa de progreso o los peligros en su tierra natal son el combustible principal de los migrantes. En el caso de los cubanos, tras más de seis décadas de fallidos experimentos económicos y de una férrea mordaza política, la mayoría de los ciudadanos han llegado a la conclusión de que en la isla no se vislumbra un horizonte de cambio o de apertura que les permita tener una vida más digna dentro de sus fronteras.
Las restricciones para ingresar a EE. UU. y las deportaciones masivas anunciadas por Trump no los hacen desistir de su empeño de escapar. Se van al sur o se quedan en Tapachula, como Frank, el hombre que vendía queso y leche en su país y ahora limpia las calles en México.
(ms)