Como en otro planeta
6 de julio de 2006
Entre el Comité Organizador del Mundial y la FIFA, la venta de entradas para este Mundial ha sido desde el principio un caos y hasta el final un completo quebradero de cabeza. El complicado sistema debía evitar el mercado negro y la reventa de billetes y, por el contrario, ha servido para avivarlo más sin que nadie hiciera nada por evitarlo.
Cualquier entrada
La cosa era predecible. Una entrada para un partido mundialista es una cosa valiosa por la que mucha gente pagaría bastante dinero. Así que si se quiere evitar la reventa hay que pensar con más agilidad que las mentes aceleradas por la posibilidad de hacer grandes negocios.
Uno no podía elegir qué partidos quería ver. Así, una masa de personas tenía en su poder entradas para encuentros que no le interesaban demasiado pero que le podían suponer un dinerito extra nada despreciable vendiéndolas en el mercado negro. Supuestamente, los billetes iban nominados, pero creer que es factible comprobar la identidad de cada uno de los 50.000 a 60.000 espectadores que acuden a un estadio en todos los encuentros es más que ilusorio. Además, ante el temor de que las cámaras de televisión mostraran asientos vacíos, el dueño de la entrada tenía la posibilidad de, minutos antes del partido, cambiarle el nombre.
Muchas empresas y patrocinadores recibieron entradas que se quedaron sin dueño y fueron revendidas, la mayor parte de las veces por 100 euros el billete. Una auténtica mafia organizada se agolpaba a las puertas de los estadios en busca de interesados. "Hay muchas fuentes de las que se sirven los revendedores profesionales. Quien está dispuesto a pagar, obtiene cualquier entrada", reconoció Horst Schmidt, vicepresidente del Comité Organizador del Mundial.
Si de todas formas no iba a servir para nada, podrían al menos haber ofrecido un sistema de venta más sencillo.